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PERU. LOS HIJOS DEL SOL

Un viaje a través del tiempo.

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miércoles, agosto 10, 2005

HUANCHACO Y LOS CABALLITOS DE TOTORA

Como muchos hombres de mar, los pescadores de Huanchaco comienzan su faena al despuntar el alba; pero a diferencia de sus colegas, ellos no se arman de remos ni encienden motores, solo cogen las "riendas" de sus caballitos de totora, una milenaria embarcación de origen prehispánico, tejida con fibra vegetal y capaz de resistir los caprichos del oleaje.


PEDRO 171



Los hombres, curtidos por el sol y la brisa norteña, confían en la eficacia de sus esbeltas naves -parecidas a los kayacs-, a las que se trepan sin ningún aspaviento. ¡Pero como no hacerlo!, si son tejidas por sus propias manos, conocedoras de técnicas ancestrales que les permiten armar un caballito hasta en media hora, como suelen comentar sin ningún asomo de innecesaria modestia.


PEDRO 163


Una experiencia y sabiduría cincelada por los años, sembrada por las salomónicas enseñanzas, transmitidas de generación a generación desde los tiempos del gran Takaynamo -el fundador de la cultura moche- quien llegó a tierras norteñas hincando los "ijares" de un fino "corcel" de totora.


PEDRO 160



Han pasado siglos desde el mítico desembarco, pero hoy, al igual que ayer, sigue siendo un espectáculo ver el "trote" de estos -aparentemente- frágiles "caballitos", que no le temen a las olas y hasta compiten en gracia y pericia con los experimentados surfistas, pintorescos personajes que, también, acostumbran driblear las corrientes marinas de Huanchaco.


PEDRO 156



Nunca se hunden. Son insumergibles, como si los dioses de antaño y el mismísimo Takaynamo, estuvieran afanados en librar del peligro a estas naves estilizadas, con sus proas singulares que miran al cielo y su dorado cuerpo de poquísimos centímetros de ancho, pero de cuatro metros de largo. Cuatro metros de puro aguante, de pura totora, esa especie de junco que los mochicas llamaron tup y que la ciencia denomina Scirpus californicus.


PEDRO 153



La totora crece de manera natural a más de 2,000 m.s.n.m., pudiéndose encontrar en lugares inhóspitos como el Titicaca, el lago navegable más alto del mundo. Su presencia en la costa se debe a un proceso de adaptación, realizado por los hombres del llano hace más de 1,500 años.

Las investigaciones han determinado que en Chan Chan, la capital religiosa y administrativa de la cultura Chimú (5 kilómetros de Trujillo), se cultivaron los totorales más grandes y antiguos de la costa, en unas lagunas artificiales llamadas wachaques. Se sabe que durante el esplendor de esta ciudadela preinca, la vecina caleta de Huanchaco fue el centro de abastecimiento de pescado salado.


PEDRO 162



El panorama en los wachaques no cambió hasta 1940, cuando los pescadores artesanales transplantaron los juncos a otras pozas artificiales, localizadas a un kilómetro de la caleta, formándose los balsares o totorales de Huanchaco.

Hoy, estas plantas de largos tallos -que llegan a crecer de tres a cuatro metros de alto- siguen existiendo gracias al cuidado de los pescadores, quienes dedican a su cuidado de tres a cuatro horas cada dos días. Ellos saben de la importancia de este cultivo, que es la materia prima a la hora de tejer sus apreciados caballitos de totora, su principal herramienta de trabajo.



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