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PERU. LOS HIJOS DEL SOL

Un viaje a través del tiempo.

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jueves, agosto 11, 2005

CHICLAYO

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Chiclayo es la capital del departamento de Lambayeque, es una ciudad pujante y el mayor centro económico, comercial y turístico de la costa norte del Perú. De clima cálido, soleado todo el año y sin lluvias, se ubica muy cerca del mar y sobre un feraz valle, en donde las actividades agrícolas son muy importantes, destacando la producción de arroz, caña de azúcar y algodón. Es un punto estratégico en el centro de diversas conexiones carreteras de la región nor-oriental del Perú.

Durante la época colonial (S. XVI), fue una simple villa de indios y mestizos en el camino que unía Lambayeque con Zaña, y fue bautizada como Santa María de los Valles de Chiclayo. Carece de construcciones coloniales, sin embargo hoy es una ciudad en pleno proceso de desarrollo, y posee la fortuna de estar en el centro de una rica zona arqueológica preincaica en donde se desarrollaron la cultura Mochica (S. I - VII DC) y la cultura Lambayeque (S. VII - X DC); todo ello resaltado por los recientes y espectaculares descubrimientos arqueológicos como El Señor de Sipán en Huaca Rajada, El Señor de Sicán en Batán Grande y la puesta en valor de las pirámides de Túcume. Ello se magnifica con la inauguración del Museo de Tumbas Reales de Sipán, el cual alberga una colección y recreación de incalculable valor. Gracias a esto, Chiclayo se convierte en el 2° destino para el turismo cultural arqueológico después de Cuzco.

La calidez y bondad de su gente le han valido que sea llamada "la capital de la amistad", su pueblo, también muy religioso, devoto de la Cruz de Chalpón se congrega cada año en un gran festival en Motupe, al que acuden miles de peregrinos que llegan de todas partes del Perú.
Son afamados sus artesanos en los pueblos de Monsefú y Eten, descendientes de los Mochicas, y hoy expertos artistas en la labor de tejido de paja e hilo, y la cerámica; pintorescas caletas de pescadores, en donde aún existen los afamados caballitos de totora, utilizados desde tiempos inmemoriales. También es afamada como la tierra de brujos y del esoterismo, y es un pueblo que sabe guardar las costumbres y tradiciones de sus ancestros.

Chiclayo también es gastronomía, y le permitirá disfrutar de sus afamados arroz con pato, seco de cabrito, chirimpico y chinguirito, una causa ferreñafana, tortilla de raya y acompañarlo con una chicha de jora; el postre recomendado un king kong.


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MUSEO CASINELLI

Av. Nicolas de Pierola 601 - Trujillo.(En el sótano de una estación gasolinera Mobil)
Telef: (044) 23-2312
Horario: Lunes a Sábado de 9 am a 1 pm y de 3 pm a 7 pm
Domingos de 9:30 am a 1 pm y de 3:30 pm a 6:30 pm
Entrada: $1.80



CASSINELLI


Este museo fue creado por el Sr. José Cassinelli, comprando huacos a los huaqueros locales. Los sueños de don José es tener un local más apropiado y seguro para su museo. Puesto que éste ya ha sufrido el robo de 30 invalorables piezas arquelógicas. Existen huacos de las siguientes culturas: Salinar, Virú, Mochica, Chimú, Nasca, Huari, Recuay e Inca. Sobresale en esta colección la cerámica Mochica, con imágenes gráficas de la vida diaria, la gente, los animales y deidades antropomorfas.


PEDRO 117




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PERU Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

En la ciudad de Trujillo hallamos este curioso documento. Los horrores de la guerra llegaron hasta Perú.

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MUSEO DEL JUGUETE

A ver si ahora sí son un poco más ordenados y no tiran los maletines como si fueran sacos de papas, ya no empieces, ¡cómo que no empiece! Mira cómo han dejado el carro, parece un chiquero, eso se lo debes decir a Él que se tragó una docena de paquetes de galletas durante el viaje, no, no fueron tantas, ¿y las botellas de gaseosa?, y los empaques de dulces, ¡un asco!, ay, ya no reniegues, que es un día hermoso, soleado y Trujillo brilla, vamos a pasear un rato antes de continuar el viaje, ¿pasear por acá?, ¿qué, no se supone que estamos de viaje?, en los viajes se pasea, sí, pero ya son las diez de la mañana y no vamos a llegar para recibir el año en Colán, no seas exagerada, por supuesto que llegamos, y, como sea, yo no me voy de Trujillo sin conocer el Museo del Juguete, ¿museo del qué?, del juguete... ¿qué es eso?, ¿nunca has escuchado hablar del museo del juguete?, jamás, tan culta que parece la señorita, ya no empieces a fastidiarnos con tu “cultura” y explícale de una vez, bueno, bueno, ¿sabes quién es Chávez?, ¡claro!, un héroe o algo así, ¡ya sé!, un aviador, sí, un aviador, peleó en una guerra, ¿no?, y creo que se lanzó contra los enemigos cuando lo derribaron..., ¡sí!, sí, su retrato salía en unos billetes antiguos, ¿o no?, ¡ja,ja,ja,ja!, ¡de qué te ríes!, ¿no se apellidaba Chávez? ¡Dios!, ¡No!, no, ese que tú dices es Quiñónez, ¡ah, ya!, siempre se me confunden, ¿Chávez es el que pasó los Andes?, claro, creo que los pasó y se mató o algo así, los Alpes, preciosa, los Alpes..., ah, ya, bueno, ¿es más o menos lo mismo, no?, bueno, es como a unos cuantos miles de kilómetros de distancia, pero claro, sí, es la misma cosa, un montón de tierras y piedras, ¿no?, ¡no te burles de mí!, ¿burlarme yo?, ¡cómo sea!, bueno, no me refiero al aviador, me refiero al artista, ¿artista?, sí, ¿el pintor? ¡eso!, ah, Ángel Chávez, ¡no!, no, Ángel murió hace unos años, yo estoy hablando de Gerardo... ¡ah, Chávez!, sí, Chávez, ah, ya claro que sí, si mi tía, ¿quién, la ricachona?, no empieces gordi..., bueno, ¿qué pasa con tu tía?, mi tía tiene un Chávez en su sala, ¿es carísimo, no?, bueno, es el mejor pintor vivo que tenemos, ¿pero no vive en Europa?, no, pasa un tiempo pintando en París y otro en Lima, pero donde ha hecho un gran trabajo por la cultura es acá, en Trujillo, donde nació, a ver, “Pequeño Larrouse”, danos la charla informativa, ¿ya?, ¡qué graciosa!, en serio, ¿qué ha hecho Chávez?, bueno, además de ser uno de los pintores surrealistas más importantes y famosos, se ha empeñado en traer la cultura a su tierra natal y ha construido un centro cultural, donde no sólo está el único museo del juguete del país sino que, además, tiene una librería y un café que dicen que es una maravilla, ¿será café colombiano?, no, querida, no me refiero a la bebida sino al local, que, según leí en una entrevista, tiene un aire europeo, ah..., ah, ¿pero como dices, “dicen que es“ “según leí”, ¿no has estado nunca allí?, no, hace años vine con Telmo, su hijo, ¡ah!, ¿lo conoces?, sí, sí, ¿te parece extraño?, siempre el pe ele, ¿pelele?, pe ele, pe ele, Pequeño Larrouse, ah…, siempre ha sido amigo de todos los intelectuales del país…, no seas payaso, ¿quién?, ¿yo?, no tu abuelita, ya, chicos, ya, sucede que hace mucho fui profesor de Telmo en la universidad y nos hicimos muy amigos, vinimos hace años y vimos cómo estaban reconstruyendo el local del centro cultural, era una vieja casona trujillana que se caía a pedazos, la remodeló todita y me dicen que ha quedado hermosa, recuerdo que entonces estaban trabajando los carpinteros, con los enchapados de los techos, y no puedo pasar por Trujillo sin visitar el museo, ¿o sea?, o sea que nos vamos para allá, ¡vámonos, pues!, ¿ya acomodaron todo?, bueno, como sea, todo esto es un caos, pero vámonos ya, que tenemos que almorzar en Chiclayo...La ciudad de Trujillo brillaba bajo el sol radiante del verano, las casas no se veían tan viejas y las calles se inundaron de vendedores que, a última hora, quieren venderle a los supersticiosos el calzoncito amarillo, los cohetecillos prohibidos, las luces de bengala, el espumante barato, el panetón en bolsa, la chicharra, los pitos, las cornetas, el papel picado de colores, las guirnaldas y cuanto adorno sobrante les queda de la reciente venta navideña, con el pretexto de que serán los elementos indispensables (junto a las doce uvas, las maletas vacías que se pasean alrededor de la casa y la botella vacía que se hace rodar bajo la mesa) para recibir un extraordinario año nuevo, lleno de promesas y sueños a realizarse y exorcizar el viejo que se va con su carga de fracasos, deudas, tristezas, lejanías y difuntos.
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¿Sabes, al menos, dónde queda el bendito museo?, bueno, no recuerdo la dirección, pero es a dos cuadras de la Plaza de Armas, lleguemos hasta allí y le preguntamos a cualquiera, todos deben de conocerlo.
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Y preguntaron. La señora que vendía helados no tenía la menor idea de lo que era un museo pero amablemente declaró que los juguetes se compran en la tienda, señor, allá, en la otra esquina hay una bien grande y venden todo tipo de juguetes, de los baratitos y esotros tan caros que ya nadie los compra; el que cuidaba los carros en la Plaza de Armas, más acostumbrado a los turistas, les dijo que ese tipo de museos sólo existían en Lima, ¿conocen Lima?, porque conozco una agencia de viajes buenísima aquisito no más; el señor ése, blancón y afeitadito que “debe ser gente culta” porque andaba bien vestido y miraba con cara de ser un viejo y aristocrático trujillano paseando sus últimos días bajo el sol veraniego, que les dijo “sí, sí, claro, sigan de frente, tres o cuatro cuadras” y las calles no llevaron a ninguna otra parte que no fuera un tránsito insufrible.
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Ella manejaba renegando y maldiciendo por el bendito museo que nadie conocía y se la pasó contando de cuando se fue con su mamá buscar al niño Jesús de Praga y se la pasaron tres días buscando en un país inundado de ateos que no hablaban inglés, tratando de averiguar por la “famosísima imagen” que nadie conocía, Di remoloneaba atrás de la camioneta enfundada en su atrevido pantalón de viajera que recataba con una larga camisa que escondía las virtudes de sus formas, Eme se burlaba de todo porque había amanecido de buen humor y Él maldecía en lenguas desconocidas porque no entendían cómo los trujillanos no conocían el único museo del juguete que hay en el país y que Gerardo, como un homenaje a su tierra ha construido acá, pero, al parecer, estos ignorantes no tienen la menor idea de la maravilla que tienen, y su perorata se vio interrumpida cuando Ella, decidida, hastiada del tráfico y molesta con tantas vueltas que iban dando, decidió meterse en la primera playa de estacionamiento que halló a su derecha, al grito de y me importa un pepino dónde esté el museo ése, desde acá caminaremos, ya me harté de manejar y se acabó.
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Ante tanta decisión nada pudieron los otros. Bajaron de la camioneta, ¿pero, y, las cosas?, ¿qué cosas?, ¿cómo que qué cosas?, ¿y nuestro equipaje?, no seas neurótico, ¡ya empezaste a atacarme!, ¡si quien empieza eres tú con tus manías! ya, ya, no digo nada, que se roben todo, pues, qué me importa, mi libro, lo llevo en la mano, y salieron de allí y empezaron a caminar formulando la mágica pregunta a cuanto cristiano pasaba por la vereda. Unos sabían o creían saber, algunos daban indicaciones sin saber nada y otros nada entendían, lo que mantenía unánime era la mirada, entre curiosa y sorprendida, que le lanzaban a este variopinto grupo de sujetos disfrazados de turistas pero que hablaban en el más criollo de los lenguajes. Siguieron andando hasta que, por supuesto, vieron a un policía que cuidaba las puertas de un banco atiborrado de clientes que, a última hora, buscaban unos billetes para poder gastárselos libremente en la celebración de esa noche y (a pesar de la mala experiencia del día anterior con los uniformados de la carretera) se animaron a preguntarle, jefe, sabe dónde queda el Museo del Juguete, ¿el museo del...?, del juguete, ¿lo conoce?, sí, sí, claro, por supuesto, el museo del juguete, sí, ese museo, ah, claro, claro, no esta lejos, está por el otro lado de la calle, en la esquina volteen a la izquierda, vayan hasta el otro banco, ¿otro banco?, no se van a confundir, es más bonito que éste, y es el mas grande que van a encontrar en toda la ciudad, lleguen hasta allí y giran a la derecha, una o dos cuadras, creo, ¿cree?, pero no se hagan problemas estamos en provincia y acá todo son muy amables, ¿no?, sí, sí, claro, por supuesto, gracias, jefe, gracias, ¡ya, larguémonos de una vez!, ¡shssst!, ¡puede escucharte el policía y lo vas a ofender por las puras!, ¡cómo que por las puras, si es un inútil!, ya, ya, chicos, no discutamos y sigamos caminando como quien hace turismo, ¿no?, sí, claro, además, este tipo está perdidazo, ¡y todo es culpa tuya!, ¿mía?, claro, ¿a quién se le ocurrió ir al museo?, la idea fue mía pero todos la apoyaron, además, no puedes pasar por Trujillo sin visitarlo, okey, okey, ¿pero no sabes ni siquiera el nombre de la calle?, no, ¿y cómo pretendes que lleguemos?, ¡se suponía que todos conocían el lugar!, chicos, chicos, no peleen, creo que hemos preguntado a las personas equivocadas, a ver...
Y, claro, el botones del hotel ése, por donde pasaron en la búsqueda, sabía perfectamente la dirección y los guió con la precisión de un boy scout y la paciencia de una maestra de jardín de infantes. Estaban dando vueltas hacía veinte minutos y se encontraban a sólo dos cuadras de su objetivo.Llegaron. Una casa imponente, antigua pero hermosa, refaccionada hasta en su última madera. Una escalera lleva directamente al segundo piso donde se encuentra el Museo. En la puerta hallaron al Wilmer, ¿Wilmer?, sí, Wilmer, lo conocí hace años, trabaja desde chico en la casa de Gerardo, cuando vine a Trujillo él estaba estudiando todavía y trabajaba haciendo de todo un poco en la casa, ¿en esta casa?, no, no, en la casa que Gerardo tiene a las afueras de Trujillo, es hermosa, algún día tenemos que ir... ¿Sí, buenos días?, por favor cuatro entradas para el museo, perfecto, es tanto, okey, yo pago, bueno, si desean los puedo guiar... no, no, no se preocupe, nosotras vamos por nuestra cuenta..., así son, no les hagas caso, no les gusta que las guíen, son autosuficientes, ja, ja, ja, ja, bueno, en realidad no necesitan guía, todo está muy bien explicado, sí, sí veo, Gerardo hizo un gran trabajo, ¿lo conoce?, sí, claro, y te conozco a ti también, hace unos años vine con Telmo, ¿recuerdas?, tú estudiabas Comunicaciones o algo así en la universidad, sí, sí, Comunicaciones, terminé hace un par de años y ahora me encargo del Museo, ¿cómo están Gerardo y Bibiana?, bien, muy bien, están por venir, ¿están en Trujillo?, no, no, están por llegar esta tarde, creo, o mañana, no recuerdo bien, qué lástima, me hubiera encantado saludarlos, sí, pues, ni modo, otra vez será, no se preocupe, yo le doy sus saludos..., gordito..., ¡gordo!, ya voy, ya voy, la jefa llama, vaya, vaya, pero dime, es este un mal día, no veo gente, bueno, es fin de año, los escolares, que son los que más vienen están de vacaciones, no mucha gente tiene amor por los juguetes, claro, se olvidaron que fueron niños, y los medios no ayudan, no difunden noticias del museo, se hacen los sordos, como que les molesta que exista un lugar como éste en Trujillo, ¡pero si serán tontos!, en todo el país no hay un museo así y, encima, lo ningunean, claro, en el país, si no adulas al periodista o no lo invitas a tomar una cerveza, ni caso te hace, esas me las sé de memoria, pero es un desperdicio, ¡por supuesto!, en cualquier otro país del mundo estaría reventando de gente, sí, mire, mire cómo promocionan en Europa los museos del juguete, vea todos esos afiches y acá, nada, ya lo sé, nada, no te preocupes, eso habrá que denunciarlo, voy a escribir un artículo al respecto, contando que estuve en Trujillo y cómo desperdiciaban los propios trujillanos la posibilidad de conocer este lugar..., ¡gordo!, ¿vienes o no?, ya va, ya va, vaya que la señora se impacienta, sí, sí, ya voy...
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Y pasearon frente a las más variadas piezas de todos los tiempos, desde los juguetes con los que se divertían los habitantes de la América prehispánica hasta los carritos de los cincuenta. Realmente un lujo. Muñecas de biscuit de todas las formas y tamaños, casitas con tantos detalles que podían contarse los cubiertos en la mesa del comedor, un triciclo que algún viejo trujillano utilizó a comienzos del siglo XX, trompos, automóviles de todas las formas y colores, de todos los tiempos, esos de metal pintados probablemente a mano, coches de bomberos, patrulleros, ambulancias, autos de paseo y carretas viejas; un juego de legos de metal impresionante, no como esos de plástico que se quiebran al primer maltrato, no, sino de fierro, con tamaños distintos capaces de crear las más alucinadas formas geométricas.
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Más allá, un trencito eléctrico coronando la sala mayor, inmenso, hermoso, con dos o tres curvas peligrosas que libra perfectamente, un túnel oscuro e interminable y un puentecito perfectamente equilibrado por donde media docena de vagones arrastrados por la poderosa máquina, con silbidos y pitos, recordaban a los viejos trenes que aún hoy pasean su orgullo por las rutas más intrincadas de la sierra; maravilloso. Sólo unos pasos más allá, un ejército de soldaditos de plomo, completo, completo, con la infantería numerosa, la caballería altiva, los cañones amenazantes, los abanderados, tiendas de campaña y un cuartel general con oficiales definiendo las últimas tácticas y estrategias para derrotar al invisible enemigo que aguarda detrás del vidrio. Y luego, una serie interminable de juguetes de mil formas y de mil estirpes, desde los que usaron los pantorrilludos niños de la aristocracia nacional hasta los sencillísimos tallados en madera, con los que se divirtieron los hijos del pueblo; no podía faltar, por supuesto, un caballito de madera que recuerda el tiovivo imposible y la infancia provinciana e inocente. Al final, en un cuarto especial, los juguetes con los que nuestros antepasados infantes se distraían, sin sospechar que allende los mares los imperios se alzaban y se derrumbaban como castillos de naipes mientras Colón y su gavilla se lanzaban al Mar de las Tinieblas, rogando al Dios cristiano que los cálculos fueran correctos, que los sabios antiguos tuvieran razón y que, en vez de monstruos y abismos, encontrarían Cipango.
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Buena idea, gordo, buena idea, estuvo buenísimo el paseo, valió la pena dar tantas vueltas, ¿no les dije?, sí, pero tengo que ir al baño, y yo me muero de sed, qué hacemos, calma, calma, acá abajo está el café del Museo, ¿vamos?, ¡vamos!, buenas tardes, ¿tardes?, sí, ya son más de las doce, buenas..., ¿tiene café?, sí, señorita, perfecto, entremos, disculpe, ¿y el baño?, por acá por favor, gracias, gracias, y ustedes, señores, que van a servirse, bueno, podríamos comernos alguito, ¡estás loco!, si vamos a almorzar en Chiclayo, ah..., pero igual, alguito, ¿no?, ¿un piqueíto?, no vamos a venir sólo a tomar un café a este lugar tan hermoso, ¿no?, ya, ya, okey, pidamos algo y hagamos feliz al gordito, ¿nos recomienda el piqueo especial?, ¡por supuesto!, tres cafés, una gaseosa light, ¡qué descarado!, igual peor sería con azúcar, ¿no? y el especial, pero bien servidito, ¿ya? Ah, eso sí, comemos rápido, ¿por qué?, ¿cómo que por qué?, aún nos quedan más de cien kilómetros hasta Chiclayo y ¡yo me muero por comerme mi arroz con pato!

© José Luis Mejía
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