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PERU. LOS HIJOS DEL SOL

Un viaje a través del tiempo.

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sábado, agosto 20, 2005

DESCRIPCIÓN DE LA IMPERIAL CIUDAD DEL CUZCO

Inca Garcilaso de la Vega

El Inca Manco Cápac fue el fundador de la ciudad del Cuzco, la cual los españoles nombraron con renombre largo y honroso, sin quitarle su propio nombre: dijéronla la gran ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos y provincias del Perú. También la llamaron Nueva Toledo, mas luego se les cayó de la memoria este segundo nombre, por la impropiedad de él; porque el Cuzco no tiene río que lo ciña como a Toledo, ni le asemeja en el sitio que su población empieza en las laderas y faldas de un cerro alto, y se tiende a todas partes por un llano grande y espacioso.

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Tiene calles anchas y largas y plazas muy grandes, por lo cual los españoles en general, y los escribanos y notarios en sus escrituras públicas, usan del primer título porque el Cuzco en su imperio fue otra Roma en el suyo; y así se puede cotejar la una con la otra, porque se asemejan en las cosas más generosas que tuvieron. La primera y principal, en haber sido fundadas por sus primeros reyes. La segunda en muchas y diversas naciones que conquistaron y sujetaron a su imperio. La tercera en las leyes tantas y tan buenas y bonísimas que ordenaron para el gobierno de sus repúblicas. La cuarta en los varones tantos y tan excelentes que engendraron, y con su buena doctrina urbana y militar criaron. En los cuales Roma hizo ventaja al Cuzco, no por haberlos criado mejor, sino por haber sido más venturosa en haber alcanzado letras y eternizado con ellas a sus hijos, que los tuvo no menos ilustres por las ciencias que excelentes por las armas, los cuales se honraron al trocado unos a otros, éstos haciendo hazañas en la guerra y en la paz, y aquéllos escribiendo las unas y las otras para honra de su patria y perpetua memoria de todos ellos, y no sé cuáles de ellos hicieron más, si los de las armas o los de las plumas; que por ser estas facultades tan heroicas corren lanzas parejas como se ven en las muchas veces grande Julio César, que las ejercitó ambas con tantas ventajas, que no se determina en cuál de ellas fue más grande.
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También se duda cuál de estas dos partes de varones famosos debe más a la otra, si los guerreadores a los escritores porque escribieron sus hazañas y las eternizaron para siempre, o si los de las letras a los de las armas porque les dieron tan grandes hechos como los que cada día hacían, para que tuvieran que escribir toda su vida. Ambas partes tienen mucho que alegar cada una en su favor; dejarlas hemos por decir la desdicha de nuestra patria que aunque tuvo hijos esclarecidos en armas y de gran juicio y entendimiento y muy hábiles y capaces para las ciencias porque no tuvieron letras no dejaron memoria de sus grandes hazañas y así perecieron ellas y ellos junto con su república. Sólo quedaron algunos de sus hechos y dichos encomendados a una tradición flaca y miserable enseñanza de padres a hijos, la cual también se ha perdido con la entrada de la nueva gente y trueque de señorío y gobierno ajeno como suele acaecer siempre que pierden y truecan los imperios.

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Yo incitado del deseo de la conservación de la antiguallas de mi patria, esas pocas que han quedado, porque no se pierdan del todo me dispuse al trabajo tan excesivo como hasta aquí me ha sido y delante me ha de ser el escribir su antigua república; y porque la ciudad del Cuzco madre y señora de ella no quede olvidada en su particular, determiné dibujar en este capitulo la descripción de ella, sacada de la misma tradición que como a hijo natural me cupo y de lo que con propios ojos vi; diré los nombres antiguos que sus barrios tenían que hasta el año 1560, que yo salí de ella, se conservaban en su antigüedad. Después acá se han trocado algunos nombres de aquellos por las iglesias parroquiales que en algunos barrios se han labrado.

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El rey Manco Cápac, considerando bien las comodidades que aquel hermoso valle del Cuzco tiene cercado por todas partes de sierras altas con cuatro arroyos de agua, aunque pequeños, que riegan todo el valle y que en medio de él había una hermosísima fuente de agua salobre para hacer sal, y que la tierra era muy fértil y el aire sano acordó fundar su ciudad imperial en aquel sitio con la voluntad de su padre el sol, que según la seña que le dio la de la varilla de oro, quería que asentase allí su corte, porque había de ser cabeza del imperio. En el Cuzco, por participar como decimos más de frío y seco que de calor y húmedo no se corrompe la carne; que si se cuelga de un cuarto della en un aposento que tenga ventanas abiertas, se conserva ocho días y quince y treinta, y ciento hasta que se seca como un tasajo. Esto vi en la carne del ganado de aquella tierra; no sé qué será en la del ganado que han llevado a España, si por ser la del carnero de acá más caliente que la de allá , hará lo mismo, o no sufrirá tanto, que esto no lo vi porque en mis tiempos como antes diremos, aún no se mataban carneros de Castilla por la poca cría que había de ellos. Por ser de temple frío no hay moscas en esa ciudad, sino muy pocas, y esas se hallan al sol, que en los aposentos no entra ninguna... Mosquitos de los que pican no hay ninguno, ni otras sabandijas enfadosas de todas es limpia aquella ciudad.

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Las primeras cosas y moradas ubicadas en el cerro Sacsahuamán, que está entre el oriente y septentrión de la ciudad. En la cumbre de aquel cerro edificaron después los sucesores deste inca aquella soberbia fortaleza poco estimada, antes aborrecida por los mismos que la ganaron, pues la derribaron en poquísimo tiempo. La ciudad estaba dividida en dos partes que al principio se dijo Hanan Cuzco y Hurin Cuzco, que es Cuzco el bajo. Dividíalas el camino de Antisuyu que es el que va al oriente: la parte septentrional se llama Hanan Cuzco y la parte meridional se llama Hurin Cuzco. El primer patio que era el más principal se llamaba Collcampata: collcan debe de ser dicción de la parte particular de los incas, no sé qué signifique. Pata quiere decir andén. También significa grada de escalera y porque los andenes se hacen en forma de escalera, les dieron este nombre también que quiere decir poyo cualquiera que sea. En aquel fundó el inca Manco Cápac su casa real, que después fue de Paullu hijo de Huayna Cápac. Yo alcancé della un galpón muy grande y espacioso, que servía de plaza en los días lluviosos, para solemnizar en él sus fiestas principales. Sólo aquel galpón quedaba en pie cuando salí del Cuzco; que otros semejantes, de que diremos, los dejé todos caídos. Luego se sigue, yendo al cerco hacia el Oriente, otro barrio llamado Cantutapatya quiere decir anden de clavellinas. Llaman cántut a unas flores muy lindas que asemejan en parte a las clavellinas de España. Antes de los españoles no habían clavellinas en aquellas tierras. Seméjase al cántur en ramas, y hojas y espinas, a las cambroneras de la Andalucía; son matas muy grandes, y porque en aquel barrio las habían grandísimas (que aun yo las alcancé), le llamaron así. Siguiendo el mismo viaje en cerco al Levante, se sigue otro barrio llamado Pumacurcu, quiere decir viga de leones; puma es león; curcu, viga; porque en unas grandes vigas que había en el barrio ataban los leones que presentaban al Inca, hasta domesticarlos y ponerlos donde habían de estar. Luego se sigue otro barrio grandísimo, llamado Tococachi; no sé que signifique la compostura deste nombre, porque toco quiere decir ventana; cachi es la sal que se come. En buena compostura de aquel lenguaje dirá sal de ventana, que no sé qué quisiesen decir por él sino es que no sea nombre propio y tenga otro significado que yo no sepa. En este barrio estuvo edificado primero el convento del divino San Francisco. Torciendo un poco al Mediodía, yendo en cerco, se sigue el otro barrio, que llaman Rimacpampa: quiere decir la plaza que habla, porque en ella se apregonaban algunas ordenanzas de las que para el gobierno de la república tenían hechas. Apregonábanlas a sus tiempos, para que los vecinos las supiesen y acudiesen a cumplir lo que por ellas se les mandaba; y porque la plaza estaba en aquel barrio, le pusieron el nombre della. Esta plaza sale al camino real que va al Collasuyu. Pasado el barrio de Rimacpampa, está otro al mediodía de la cuidad, Pumapchupan, quiere decir cola de león, porque aquel barrio fenece en punta por dos arroyos que al fin dél se juntan, haciendo punta de escuadra. También le dieron este nombre por decir que era aquel barrio lo último de la ciudad, quiesieron honrarle por llamarle cola y cabo del león. Sin esto, tenían leones en él y otros animales fieros. Lejos de este barrio, al poniente dél, había un pueblo de más de trescientos vecinos llamado Collaycachi. Estaba aquel pueblo más de mil pasos de las últimas casas de la ciudad. Esto era el año de mil quinientos y sesenta; ahora, que es el año mil y seiscientos y dos que escribo esto, está (según me han dicho) dentro del Cuzco cuya población se extendido tanto que lo ha abrazado por todas partes.

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Al poniente de la ciudad, otros mil pasos della, había otro barrio llamado Chaquilchaca, que también es nombre impertinente para compuesto si ya no es propio. Por ahí sale el camino real que va a Contisuyu; cerca de aquel camino están dos caños de muy linda agua que va encañada por debajo de tierra; no saben decir los indios de dónde la llevaron porque es obra muy antigua y también porque van faltando las tradiciones tan particulares. Llaman collquemachác-huay aquellos caños quieren decir culebras de plata porque el agua se asemeja en lo blanco a la plata y en los caños a las culebras, en las vueltas que van dando por la tierra. También me han dicho que llega ya la población de la ciudad hasta Chaquilchaca. Yendo con el mismo cerco, volviendo del poniente hacia el norte había otro barrio llamado Pichu. También estaba fuera de la ciudad. Adelante de éste, siguiendo el mismo cerco, volviendo del poniente hacia el norte, había otro barrio, llamado Quillipata. El cual también estaba fuera de lo poblado. Más adelante, al norte de la ciudad, yendo con el mismo cerco, está el gran barrio llamado Carmenca, nombre propio y no de la lengua general. Por él sale el camino real que va a Chinchasuyu. Volviendo con el cerco, hacia el oriente, está luego el barrio llamado Huacapuncu; quiere decir: la puerta del santuario, porque huaca, como en su lugar declaramos, entre otras muchas significaciones que tiene, quiere decir templo o santuario; puncu es puerta, llamáronle así porque por aquel barrio entra el arroyo que pasa por medio de la plaza principal del Cuzco y con el arroyo baja una calle muy ancha y larga y ambos atraviesan toda la ciudad y legua y media della van a juntarse por el camino real de Collasuyu. Llamaron aquella entrada puerta del santuario o del templo, porque demás de los barrios dedicados para templo del Sol y para la casa de las vírgenes escogidas, que eran sus principales santuarios, tuvieron toda aquella ciudad por cosa sagrada y fue uno de sus mayores ídolos; y por este respecto llamaron a esta entrada del arrollo y de la calle: puerta del santuario, y a la salida del mismo arroyo y calle dijeron: cola de león, por decir que su ciudad era santa en sus leyes y vana religión y un león en sus armas y milicia. Este barrio Huacapuncu llego a juntarse con el de Collcampata, de donde empezamos a hacer el cerco de los barrios de la ciudad, y así queda hecho el cerco entero.

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DE PUNO A CUZCO. UN VIAJE IMAGINADO

Si Puno presentaba trazas de pueblo de western, no de spaghetti pero de hojas de coca, el tren que desde allí partía con destino al Cuzco, más. No era como aquel que los hermanos Marx convertían en leña; tal vez, de la siguiente hornada. Era pequeño, incómodo y coqueto, aunque se le habían deslucido los colores. Sus asientos de madera iban abarrotados y cuanto espacio libre quedaba, cubierto de bultos. Algunos gallos y gallinas que no pagaban billete hacían notar su presencia.

Decían que existía una primera clase, pero no llegamos a verla. Nos acomodamos o desacomodamos en segunda, y allí permanecimos cuantas horas duró el viaje.
La distancia entre Puno y Cuzco no excedía en mucho los trescientos kilómetros, pero el tren se la tomaba con calma. Unas once o doce horas tardaría en recorrerla. El terreno era abrupto. Por gargantas, lomas y valles, por el paisaje que puede esperarse entre montañas del tenor de los Andes, pasaría con prudencia el pequeño convoy. Puno, a sus 3.825 metros, se hallaba a más altitud que la capital andina del Perú, pero el tren debía sortear un paso situado más cerca de las nubes, a 4.319 metros sobre el nivel del mar. Se llamaba La Raya.

Subimos al tren ignorando tales datos, pero un señor instruido, sentado en el asiento opuesto al nuestro, nos fue suministrando información. Conversamos con él entre el guirigay de charlas, lloros de bebé, cacareos y el ruido propio de los trenes. Era maestro, y cuando al cabo de las horas tuvo más confianza entramos en el sombrío y atractivo tema de los males de la patria.
Francisco Pizarro, conquistador del Perú.La visible decadencia de su país venía de lejos, de muy, muy lejos. Con la suavidad de maneras que suelen desplegar los suramericanos, pero perceptible el reproche de fondo, me preguntó si no sabía yo lo que habían hecho en el Perú los españoles. Le respondí que sí, pero que aquello había ocurrido, según mis noticias, unos quinientos años antes.

Pues como si hubiera sido hace un millón. Porque de no haber desaparecido la raza incaica, fuerte y portentosa, de otra forma pintaría el presente de Perú. Nos dibujó a grandes trazos aquel pasado glorioso, los avances e ingenios de la civilización destruida, y todo lo que pudo ser y no fue por culpa de mis compatriotas del siglo XVI. Mientras el profesor, de piel blanca y rasgos españoles, invocaba a los incas, sus descendientes dormitaban a nuestro lado, tratando de hacerse más llevadero el viaje.

En las paradas subía al tren más gente. Se apretujaban los pasajeros en los asientos para dejarles sitio, y cuando ya no había dónde los nuevos iban de pie. Por fortuna, a aquella altitud, no hacía calor. El viajero occidental, que en su país soporta malamente las aglomeraciones en el metro y el autobús, sin embargo las aguanta y hasta disfruta de ellas fuera de su hábitat. Los nativos se ajustan como piezas de un puzzle, no se sulfuran por ir como sardinas en lata, y el forastero predispuesto vive la experiencia como una oportunidad para el contacto y el conocimiento.

Nosotros no éramos una excepción. En aquel vagón teníamos, por fin, la impresión de acercarnos a los esquivos y herméticos peruanos. Y, como en los jeepneys filipinos, también allí podía imaginarse uno embarcado en un viaje de transcurso imprevisible, con ignotos peligros que sólo la pericia de los conductores y la resistencia de los viajeros permitirían sortear.

De momento, el único peligro, si así podía llamarse, venía de las dificultades del tren para remontar las alturas. Paró de pronto, y nos anunció el maestro que llegábamos al punto culminante. La Raya. Había que tomar aire. La máquina y los viajeros. Decían que había oxígeno para aquellos que sufrieran mal de altura. Un señor muy anciano parecía el único afectado en nuestro vagón. Su acompañante le daba aire con un pañuelo. Empezó la escalada. Lentamente, el tren marchó por una cuesta arriba recta y de pendiente pronunciada, entre los gritos de las vendedoras que se arremolinaban en torno a las ventanillas, ofreciendo comida.

En Cuzco se dispersó la camaradería ferroviaria y nos encontramos, de nuevo, en nuestra burbuja. Apareció un hostal de medio pelo y, enseguida, un restaurante, que abría sus puertas bajo los soportales de la Plaza de Armas, flanqueada por dos imponentes iglesias y la catedral, más palacios y casas coloniales. Tal vez fuera por la altura, y por el fondo de montañas que la rodeaba, que la ciudad tenía un aire alpino, que se encargaba de desmentir su arquitectura de marca española.


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